“Es una botella”, “son canicas” y “es una
lamparita”, se susurraba en la inauguración de la muestra de Felisa Savio Obeid
en el Complejo Cultural del Teatro
Municipal Rafael de Aguiar. Y si aquellas palabras fluían como suaves murmullos no era por el hecho
de que se estuviera develando el secreto de las fotografías expuestas, sino
porque se debía evacuar toda duda sobre si realmente un objeto tan trivial y
cotidiano como aquel era capaz de construir una imagen tan bella.
Mandalas de luz es el título con el que se reúnen
las quince fotografías digitales en la exposición que inauguró el día 29 de abril.
Mandala en sánscrito significa círculo
sagrado que conduce en el camino hacia la
unidad del ser. Como
imagen, es un diagrama o una representación compleja circular, generalmente con
gran riqueza cromática, utilizada por diferentes religiones para meditar o concentrar
energía. Un mandala puede crearse consciente o inconscientemente, pero también
se lo puede hallar escondido en la naturaleza o en cualquier objeto de la vida
cotidiana. Y es allí donde esta diseñadora gráfica cordobesa encuentra el leitmotiv de su trabajo.
Como un juego infantil, como una búsqueda
curiosa y lúdica, todos los objetos que forman parte de su cotidianeidad fueron
reobservados con ojos ansiosos de trascender lo habitual y hallar aquel mandala
escondido que elevase su alma y espíritu hacia un nivel superior. Pero el doble
juego de palabras del título no solo incluye el concepto de imagen que guía la
evolución espiritual o la búsqueda de la armonía interna a través de la
fotografía, sino que también hace referencia a una nueva forma de entender los
objetos: trascender y superar lo material al observarlo mediante el cristal de
la luz y transparencia. Con un celoso criterio, seleccionó todos los objetos
transparentes, translúcidos, invisibles o casi inexistentes a la vista y los
obligó a posar en una ardua sesión hasta dar con la ubicación adecuada y lograr
la forma correcta para obtener una bella y apropiada imagen. Experimentando con
encastres y superposiciones, e incorporando pigmentos de colores, en la lente
de la cámara los objetos se fundieron entre sí y se convirtieron en una masa
homogénea que da el resultado final de la fotografía. La abstracción y la
distorsión son tan grandes que ya no se puede distinguir entre realidad y
fantasía, objeto verdadero o producto de la plácida visión.
¿El secreto de todo esto? Lo descubrió gracias
a una mesa de vidrio con una fuente lumínica por debajo. El resto del trabajo
se organizó según manifestaciones espontáneas de lo que hay al alcance: así
como los mandalas, las fotografías de Felisa ocurren espontáneamente y sin control
racional, pero sí con la conciencia y la meta de encontrar la imagen ideal.
Recorriendo cada fotografía, la visión solo
queda signada por las emociones que se experimentan en el momento de la
contemplación: no hay nada que la condicione, no existe fenómeno que guíe en la
observación más que los propios pensamientos y sentimientos. Las líneas, los
vibrantes colores y las formas circulares acompañan el fluir en el que la mente
se sumerge brindando paz y serenidad, pero sin embargo, en los raptos de
conciencia, uno no deja de sentir asombro al descubrir que lo maravilloso de lo
que observa en estas obras es quizás el objeto que tenemos delante, sobre la
mesa de la cocina o dentro del placard del baño.
La exposición es una forma de meditar con los
objetos cotidianos, una manera de encontrar el lado espiritual en los mínimos
detalles de la vida diaria, trascendiendo la materia y encontrando el camino
que nos guíe hacia la paz y armonía con la que nos convertiremos finalmente en
luz.
El texto se
publicó en Revista Flop, San Nicolás - Buenos Aires. Para más información: www.revistaflop.com.ar
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