Diego Domínguez no conoció personalmente a
Pablo Picasso, no tuvo la posibilidad de escribirle una carta ni pudo hacerle
un llamado telefónico para consultarle como realizaba sus trabajos. No obstante,
y a pesar de que sus pinturas son muy distintas, ambos acordaron y pronunciaron
a la vez una celebre frase que marcó el sentido de la historia del arte: “de
niño pintaba como Rafael, sin embargo me llevó toda la vida aprender a pintar
como un niño”.
Una sonrisa picara se dibujó en el rostro de los
visitantes que concurrieron a la inauguración de la muestra del pintor nicoleño
el pasado 3 de mayo. Y, a modo de complicidad frente a las joviales obras, cada
uno revivió y rememoró las tiernas imágenes del pasado infantil.
“Dos en uno” es el nombre con el que se reúnen
dieciséis pinturas de saturados colores, seres imaginarios y violentos trazos
de fibrón negro. Estos trabajos fueron meticulosamente planificados, medidos y
organizados desde la óptica del adulto, pero sin embargo, en el momento de su
concreción, aquella racionalidad se vio despojada de su ser y dio paso a una
libertad expresiva como pocas veces la mano del hombre mayor comprende.
Temas reales y fantásticos, visiones de lo
actual y recuerdos latentes fueron recreados expresivamente por la imaginación
infantil del artista quien no reparó en la utilización de grandes formatos y
abundantes materiales. Brujas, fantasmas, grandes ojos mirones, el señor de la
moto, el barrio de la infancia e infinitas escenas dentro de un mismo soporte, introducen
al observador en una mágica realidad de sueños, fantasías y cuentos que despiertan
las ganas de dibujar y colorear despreocupadamente. Ubicar parte de las obras
en medio de la sala y a modo de laberinto, contribuyeron también a involucrar
al espectador en el bello juego de las escondidas, revitalizando la adrenalina
de perderse entre enredos de cintitas, rincones oscuros y caminos de purpurina.
Diego ve la realidad a través de sus ojos
adultos pero al conectarse con el arte, la representa alegremente como si los
años no hubieran pasado. Sin preocupación, se expresa en gotitas de pintura,
pinceladas de brillito y rayitas de alegres colores que destapan la caja de los
recuerdos del imaginario adulto. Como fuegos artificiales permite que despeguen
y exploten las memorias de la infancia que nos conectan nuevamente con la libertad
de soñar e imaginar sin límites.
"Tanto la brujita como su universo forman la idea de que el ser humano, día a día, enfrenta los desafíos con toda su carga karmica", afirmó dulcemente el pintor minetras sus juguetones ojos posaban la vista sobre los personajes que flotaban mágicamente sobre la pared.
Gracias a sus pinceles, este artista ha vuelto a ser niño o, mejor aun, ha descubierto que nunca ha dejado de serlo.
"Tanto la brujita como su universo forman la idea de que el ser humano, día a día, enfrenta los desafíos con toda su carga karmica", afirmó dulcemente el pintor minetras sus juguetones ojos posaban la vista sobre los personajes que flotaban mágicamente sobre la pared.
Gracias a sus pinceles, este artista ha vuelto a ser niño o, mejor aun, ha descubierto que nunca ha dejado de serlo.
El texto se
publicó en el Diario El Norte, San Nicolás - Buenos Aires, en el segmento
cultural del día sábado 19 de mayo de 2012. Para más información:
www.diarioelnorte.com.ar